Retratista de la burguesía

JOHN GALSWORTHY

‘Bajo el manzano’ rescata al Premio Nobel inglés

John Galsworthy obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1932. Cualquiera diría que, por aquellos años, la Academia Sueca sentía especial predilección por las «novelas-río», por los extensos relatos en torno a sagas familiares. El alemán Thomas Mann había ganado el galardón en 1929, casi 30 años después de publicar Los Buddenbrook, y el francés Roger Martindu Gard lo logró en 1937, cuando tenía en curso de edición las ocho novelas que componen Los Thibault.

Por su parte, Galsworthy había iniciado en 1906, con El propietario, el primer ciclo de tres novelas de La saga de los Forsyte, que terminó en 1921. Ese mismo año reanudó la narración de las peripecias de tres generaciones de esa familia indefectiblemente burguesa y británica con El mono blanco –recién editado ahora por Reino de Cordelia–, arranque de un tríptico sellado con el título de Una comedia moderna, que se prolongó con tres novelas más publicadas póstumamente bajo el nombre de El final del capítulo (1934).

Esta ingente obra, que observa, describe y critica el modo de vivir de una familia de la alta burguesía inglesa –avidez por el dinero, doble moral, lances familiares y amorosos–, le valió, sin duda, el Nobel a Galsworthy y le proporcionó una popularidad y un éxito universales, que el siempre atento Hollywood refrendó con retraso en La dinastía de los Forsyte (1949), dirigida por Compton Bennett y protagonizada por Errol Flynn.

Pero no era, ni mucho menos, la primera vez que el cine se ocupaba de Galsworthy, dramaturgo de gran predicamento también desde La caja de plata (1906). Su pieza teatral Juego sucio fue llevada a la pantalla por Alfred Hitchcock, mucho antes de abandonar Inglaterra, en 1931, mientras que Laurence Olivier y Vivien Leigh interpretaron en el cine, con el título de Veintiúndíasjuntos (Basil Dean, 1937), la adaptación de una de sus piezas breves. Sin agobiar con títulos y fechas, recordemos que directores tan prestigiosos como James Whale y Joseph L. Mankiewicz también llevaron al cine obras de Galsworthy.

Con claras reminiscencias de la literatura decimonónica, Galsworthy fue uno de los grandes novelistas del periodo eduardiano. Su reconocimiento y sus millones de lectores no impidieron que escritores mucho más jóvenes, como Virginia Woolf, protagonistas de una renovación hacia la modernidad de las letras inglesas, objetaran lo que consideraban ya convencional y académico en la literatura de Galsworthy, que, de hecho, perdió el favor del público en las décadas siguientes a su muerte.

Pero en 1967 se produjo una espectacular resurrección de su obra cuando la BBC adaptó en una serie de 26 capítulos La saga de los Forsyte, que llegó a verse en España. La emisión de esta serie –se dice– vaciaba las calles, los bares, los cines… todo el mundo la seguía.

Y es que Galsworthy, al poner su mirada en las clases adineradas británicas, sabía muy bien de lo que hablaba. Nació en 1867, junto a Londres, en la exclusiva zona residencial de Kingston Hill y en el seno de una familia de mucha pasta. Su padre, empresario y abogado, quiso que John siguiera sus pasos en los tribunales y en los negocios y él no tuvo más remedio que pringar estudiando Derecho en Oxford, donde destacó por su atractivo, cultura, elegancia y brillo en los deportes. De manual.

Sin embargo, Galsworthy no quería ser abogado y se inventó la idea de especializarse en derecho marítimo para salir pitando y viajar en barco por todo el mundo. En uno de sus viajes, en 1893, conoció en Australia a un oficial de la marina llamado Joseph Conrad. El futuro gran novelista le animó (y se animó a sí mismo) a ser escritor. Su amistad duró toda la vida.

Galsworthy, pues, no sólo conocía de primera mano los refinados ambientes burgueses que reflejaría en La saga de los Forsyte, sino que incluyó en su relato referencias autobiográficas y detalles procedentes de su propia familia, hasta el punto de desaconsejar a su madre y a sus hermanas que leyeran sus libros.

Soames Forsyte, protagonista de la saga, tiene no poco que ver con su padre y, sobre todo, con su primo Arthur, un mayor del ejército británico, del mismo modo que Irene, la esposa de Soames, tiene que ver con la que llegó a ser su esposa. Y aquí empieza un culebrón que enlaza la vida con la literatura.

Ada Pearson se casó en 1891 con el primo Arthur, que le empezó a dar muy mala vida. Ada y John se enamoraron y se hicieron amantes en 1895. Ada no tenía el divorcio, entre otras cosas porque casarse con John era imposible: el escritor, de ningún modo, se sentía capaz de contrariar y causar disgusto a su estricto padre. John y Ada vivieron nada menos que durante 10 años sus amores en la clandestinidad de una alejada casa de campo. En 1904 falleció el padre de John, Ada pidió el divorcio y al año siguiente se casaron. No tuvieron hijos.

Parece ser que Ada fue, en principio, un gran apoyo para John y una gran impulsora de su carrera literaria, iniciada en 1897 con un libro de cuentos. Pero también parece que Ada se volvió posesiva, dominante y quejosa. Galsworthy, sin embargo, no sabía vivir sin ella. O no podía. En 1911 (a los 44 años, también de manual) tuvo un romance con una jovencísima y bella bailarina, Margaret Morris, pero pronto cortó por lo sano. Era incapaz de dejar a Ada y con ella permaneció hasta su muerte, acaecida por un tumor cerebral en enero de 1933, a los pocos meses de recibir el Nobel.

Galsworthy nació burgués, vivió como un burgués y criticó a la burguesía, al tiempo que se entregó con denuedo a causas progresistas y liberales que fueron desde la ayuda a los soldados heridos en el frente, el derecho a voto de las mujeres o la lucha contra el maltrato a los animales a la reforma de las prisiones.

Bajo el manzano (Reino de Cordelia) es un breve, lírico y dramático relato –también llevado al cine, por cierto, con guión de PenélopeMortimer, esposa de JohnMortimer– que expresa perfectamente el estilo y las preocupaciones sociales de Galsworthy: un universitario se enfrenta al dilema de elegir entre una atractiva campesina, briosa e ignorante, a la que ha prometido su amor durante una excursión, y una cultivada muchacha burguesa, de su clase, que se cruza en su camino.